martes, 24 de marzo de 2009

Simón Rodríguez recibió con plenos poderes el encargo de educar a Simón Bolívar. Para ello Rodríguez insistió en abandonar la ciudad, trasladarse con su alumno a San Mateo y entrar en contacto con la naturaleza. Su método: enseñar la historia en forma de relatos. Su filosofía: entrar en contacto con el sentido común de las gentes y con la naturaleza. No emplearía textos dogmáticos: la vida es el más prodigioso libro y la tierra la mejor escuela. Su objeto: totalizar la identidad de hombre-pueblo-tierra. Para ello había que andar leguas y leguas, escalar montañas, contemplar el crepúsculo en la llanura, sorprender la alborada en el pico de los pájaros, aspirar el semen etéreo desprendido de los árboles y de las flores, nadar en los ríos, montar a caballo, convivir con los indios y los esclavos, compartir la carne ahumada con los llaneros y, en suma, aprender esa inter-relación que hay entre el ala del insecto y los astros, entre el viento cabalgando sobre las colinas y las formas que asumían las protuberancias de la tierra, que semejaban senos de una mujer atormentada. Después de lo anterior su alumno podía dedicarse a la lectura de los clásicos griegos y latinos, de los filósofos y pensadores de la Europa ilustrada, y estudiar la historia de los pueblos, incursionar en las matemáticas y elaborar su propio código de rebeldía para llevarlo a la práctica.

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